Muchas cosas deambulan en nuestra cabeza cada segundo, minuto, hora, día. Imágenes, sonidos, olores, sensaciones y pensamientos. Nos permitimos, como es natural, pensar sobre cualquier aspecto y olvidarlo al mismo tiempo. Así permanecemos de forma indeterminada y luego formamos poco a poco un cúmulo de consideraciones.
En la vida llegamos a cierto punto donde establecemos ciertos conceptos, claves, fijos en nuestro interior e importantes para nosotros que marcarán sin duda nuestro camino. Y entre tantas nociones, para mí, aparece el compromiso. La palabra compromiso es utilizada para indicar cualquier tipo de convenio o acuerdo que se traduce luego como un deber. Esta palabra ha crecido conmigo y continúa su arraigo.
Por fortuna en mi vida he podido presenciar muchos contrastes, que me llevaron a entender el compromiso que tengo. No es un compromiso con alguien específico, es conmigo mismo, con mis ideales y mis deseos, pero sobre todo con las demás personas, con el mundo. No se trata de un compromiso cívico, aquel que habla de la responsabilidad de todos como ciudadanos para el beneficio mutuo, que por cierto deberíamos todos poseer.
Se trata pues de contribuir un poco a la sociedad. Es parte de mí deber aportar lo mejor en este mundo tan convulsionado. Es una labor motivadora que me propongo con gran entusiasmo y que haré comprometidamente.